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Internacional de la educación
Internacional de la educación

Docente y refugiado en Darfur, por Jean-Claude Badoux

publicado 31 mayo 2006 actualizado 31 mayo 2006

Al este del Chad, existen una docena de campamentos repartidos sobre una extensión de 60 por 400 km de largo en una tierra sumamente seca y expuesta a las tormentas de arena. 240.000 personas de distintas etnias han ido llegando desde Darfur (Sudán) desde 2003. Todavía, y con regularidad, siguen llegando refugiados que huyen de las acciones represivas que cometen a diario las milicias sudanesas progubernamentales.

A pesar de condiciones climáticas extremas, de la precariedad general y de la lejanía de los campamentos de centros urbanos (se encuentran situados a 20 horas en coche de la capital del Chad), docentes voluntarios organizan clases escolares.

Una pedagogía inevitablemente rudimentaria

Bajo unas tiendas en las que se sufre un calor tórrido – la temperatura exterior ronda los 40 grados – los alumnos siguen con alegría y atención las lecciones y repiten a coro las frases que les dictan, en árabe e incansablemente, sus profesores.

La relación pedagógica que se ha establecido es de calidad, aun cuando el método utilizado, basado principalmente en la repetición, no resulte muy convincente. La Señora Fatimé se encuentra de pié al aire libre rodeada de un centenar de niños menores de 5 años. Es la clase de dicción. Con voz fuerte lanza una declaración en árabe, que los niños repiten cinco a seis veces: « Buenos días, profesora », « ¿cómo está? ».

Admiro el entusiasmo y el carisma de la señora Fatimé. Es una docente refugiada que empezó estas clases hace cinco meses porque « le interesa ». Tiene a su cargo a 109 niños procedentes de las tiendas más próximas.

La señora Fatimé recibió formación pedagógica tras sus estudios primarios en Darfur. Después de varios años de trabajo, tuvo que huir al Chad con sus tres hijos. No tiene noticias de su marido, que es granjero y ni siquiera sabe si aún sigue con vida. Por mediación de la Cruz Roja puede comunicarse a veces con sus padres quienes permanecen en su país.

Su deseo es que se pueda montar una tienda que proteja a sus alumnos del sol y del viento y recibir un balón para que jueguen. Esta mujer me deja una impresión de profunda tristeza, pero adivino en ella la voluntad de « seguir adelante » por sus tres hijos.

Los pobres acogen hermanos aún más desfavorecidos

Siguen afluyendo nuevos refugiados. Ello provoca conflictos con los chadianos de los pueblos vecinos quienes observan como sus tierras, ya de por sí pobres, son explotadas y agotadas por los refugiados – agua, madera para leña, pastos –. Los refugiados reciben también, por parte de las organizaciones de ayuda internacional, comida, albergue, atención médica y escolarización. En resumidas cuentas, los refugiados viven mejor que los autóctonos. Las organizaciones de ayuda a los refugiados han empezado, pues, a destinar una parte de su ayuda a los pueblos vecinos. Pero la capa freática está prácticamente agotada, lo que pone en grave peligro el futuro del recurso del agua de estos campamentos.

Trabajar en estos campamentos es meterse de lleno en una tragedia intolerable de la que los medios de comunicación solamente hablan muy de vez en cuando. Imagínense un cuarto de millón de personas, en su mayoría mujeres y niños, ya que los hombres han desaparecido en los combates, hacinadas en inmensos campamentos y alojadas en miles y miles de tiendas. Despojadas de todos sus bienes pues sus pueblos han sido incendiados, no tienen noticias de los suyos que se han quedado en Sudán y no tienen proyecto de vida. Bien es verdad que reciben ayuda de las organizaciones humanitarias, pero han perdido dignidad y libertad de movimiento, cuando su único pecado ha sido el de no pertenecer a la etnia dominante en Darfur.

Docentes ejemplares

No puedo terminar sin manifestar mi profunda admiración por estos docentes sudaneses que, en condiciones tan difíciles, siguen ejerciendo su profesión de manera benévola. Han abierto las aulas con los escasos medios de que disponen y con la esperanza de que, quizás, estos niños logren un día un futuro mejor.

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Jean-Claude Badoux, antiguo docente y redactor de la revista del sindicato suizo SER, actualmente jubilado, ha trabajado como voluntario dos meses en los campamentos de refugiados de Darfur, con la misión de colaborar en la escolarización de los niños sudaneses refugiados.