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Mundos de la Educación

Las luchas en el mundo contra el neoliberalismo, las lecciones de Chile y nuestra tarea como educadores

publicado 8 noviembre 2019 actualizado 8 noviembre 2019

Por Salim Vally 

Últimamente se han desencadenado protestas masivas en lugares tan diversos como Puerto Rico, Ecuador, Líbano, Chile, Haití, Irak, Papúa Occidental, Sudán y Argelia, en las cuales han participado millones de personas. Aunque el detonante de las protestas, los métodos utilizados y los objetivos perseguidos en estos y en otros países son diferentes, todas ellas comparten temáticas comunes: la desigualdad, la indignación ante la corrupción de las élites, la falta de libertad política y las consecuencias del cambio climático. En casi todos los casos, los estudiantes y los docentes estuvieron y siguen estando en la primera línea de estas manifestaciones masivas.

Lo más impresionante es que en Chile, a pesar de que las protestas fueron duramente reprimidas, no se logró impedir que dos millones de personas inundaran las calles. Su proclamación colectiva se expresa claramente en las palabras de una pancarta popular: “El neoliberalismo nació en Chile y morirá en Chile”. La pancarta alude al hecho de que Chile, después del golpe militar contra Allende, se convirtió en un terreno experimental para Milton Friedman y los economistas formados en la Universidad de Chicago, entre otras cosas con respecto a la privatización de sectores sociales como la educación y la atención médica. Aunque la chispa de las protestas en Chile fue la subida del precio del billete de metro y el movimiento de evasión de tarifas liderado por los estudiantes, las protestas se extendieron rápidamente a otras peticiones y abarcaron otros sectores sociales. Los chilenos fueron claros: sus peticiones iban más allá de protestar por el aumento de los 30 pesos del precio del billete de metro y rápidamente incluyeron la reivindicación de un cambio social fundamental y que se pusiera fin a 30 años de neoliberalismo. Actualmente Chile es uno de los países de América Latina donde hay más desigualdades debido a las bajas pensiones, la desigualdad en el derecho a la  educación, la privatización del agua, su  pésimo e inadecuado sistema de atención médica, el aumento de los precios de la electricidad y una constitución amañada.

El movimiento de protesta chileno salió a la calle pocos días después de la victoria parcial en Ecuador, liderada por las comunidades indígenas, contra el programa de ajuste estructural impuesto por el FMI. Impresionantemente, los movimientos de protesta de Chile y Ecuador se componen de fuerzas sociales insatisfechas con los partidos políticos tradicionales, que engloban a estudiantes, docentes, desempleados, comunidades indígenas, sindicalistas, feministas, ambientalistas y aquellas personas con trabajos precarios. Alejándose de una política identitaria limitada, proponen unas peticiones inclusivas “transversales” o no sectoriales incompatibles con el neoliberalismo.

Las protestas mundiales han llevado a algunos partidarios de un capitalismo “iluminado”, tal como ellos lo definen, a admitir que el neoliberalismo está en estado crítico.

La educación en general, e incluso las universidades, no es ciertamente inmune al impacto del neoliberalismo. Las universidades se enfrentan a una renovada privatización, a una intensa comercialización y a un desafío a la noción misma de la universidad como mecanismo para abordar la desigualdad social y facilitar la circulación del conocimiento.

Las advertencias de nuestros compañeros hace más de dos décadas con respecto al “capitalismo académico” (conforme al cual el personal académico es orientado hacia iniciativas empresariales como parte de la ética de generación de ingresos de la universidad y la incorporación de las universidades en la lógica del capitalismo) se han convertido en la norma a nivel mundial.

Es cierto que las luchas dentro de la educación superior siguen existiendo y que esporádicamente se reavivan en diferentes campus y en diferentes países. Estas luchas abarcan las peticiones de replantearse el propósito de la educación formal, el acceso universal a una educación gratuita y de calidad, las peticiones de reforma institucional y los llamamientos a la descolonización de las instituciones, los programas de estudios y los contenidos curriculares. Dado que la precariedad laboral afecta profundamente a todos los sectores y sociedades, en muchos países, los trabajadores universitarios –académicos y no académicos–, y los estudiantes se han organizado para rechazar la aplicación de nuevos recortes en la educación y el gasto social, la imposición de modelos neoliberales de gobernanza, la reorientación de la educación a las exigencias del mercado y la supresión de la disidencia. Sin embargo, muchas de estas luchas duran poco tiempo y son a menudo ineficaces debido a que carecen de la capacidad de vincularse a las luchas de la sociedad en general.

Sin duda alguna, existen unos espacios progresistas, aunque limitados, y las personas en muchas universidades pueden ponerse en contacto con organizaciones comunitarias y movimientos sociales y realizar un valioso trabajo contrahegemónico. A menudo, estos espacios se han conquistado mediante luchas y gracias a la presión de organizaciones externas. Deben ser expandidos a través de una enérgica defensa de la educación superior como un bien público y una esfera de la ciudadanía democrática fundamental, y la oposición a los valores comerciales y corporativos que configuran la forma, el propósito y la misión de nuestras instituciones. De manera proactiva, las iniciativas deben incluir programas, proyectos y recursos que estén vinculados con las necesidades y las luchas de la comunidad.

Sangeeta Kamat, en una reciente mesa redonda sobre los movimientos sociales y la educación, planteó el desafío a aquellos que trabajan en las universidades de construir y mantener una “tubería de escuela a movimiento”. El último libro de Rebecca Tarlau sobre el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) de Brasil también ofrece valiosas lecciones sobre cómo la educación y las instituciones educativas pueden vincularse con el activismo. Los compañeros de Turquía, a pesar de ser perseguidos y expulsados ​​de las universidades por el régimen autocrático de Erdogan, han demostrado su resiliencia al seguir enseñando fuera de los campus.

En este período marcado por un asalto a la educación y a la razón, el aumento de la desigualdad, el devastador desempleo y el auge del discurso oscurantista, xenófobo y misógino, el militarismo, así como por una crisis ecológica sin precedentes, el activismo educativo coherente comprometido con los movimientos y las comunidades es esencial. Los ejemplos recientes de resistencia en muchos países dan esperanza y nos sirven de lección e inspiración.

Salim Vally es profesor en la Universidad de Johannesburgo y la cátedra sudafricana de educación comunitaria, de adultos y de trabajadores. Su libro, coeditado con Aziz Choudry, “The University and Social Justice: Struggles Across the Globe” [La universidad y la justicia social: las luchas alrededor del mundo] será publicado por Pluto Press a principios del próximo año.

Las opiniones expresadas en este blog pertenecen al autor y no reflejan necesariamente ninguna política o posición oficial de la Internacional de la Educación.