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Internacional de la educación
Internacional de la educación

Educación, derechos humanos y tolerancia

publicado 6 diciembre 2016 actualizado 21 diciembre 2016

Con motivo del Día Internacional de los Derechos Humanos, el Secretario General de la IE, Fred van Leeuwen, sostiene que debemos examinar los instrumentos puestos en marcha por las Naciones Unidas y sus organismos para integrar los derechos humanos a la cultura y las leyes internacionales.

El mundo celebra el Día Internacional de los Derechos Humanos, y lo hace en unos tiempos muy difíciles para todo el planeta. Cada vez más acorralados entre los derechos de las personas y los derechos de las empresas, los ciudadanos asisten al desmembramiento de los principios democráticos. Y cuando analizamos la situación de la educación pública, vemos que es prácticamente la misma en numerosos países. Aprovechando la ocasión para deliberar sobre estos temas, el Secretario General de la Internacional de la Educación (EI) ha expresado su opinión sobre por qué la educación constituye un derecho esencial:

El Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de la ONU reconoce el derecho a la educación. No obstante, considera que la educación representa mucho más que una formación para adquirir habilidades, aunque esta función es importante. Su propósito es también informar a nuestras sociedades y reforzar la capacidad de las personas para reflexionar, ejercer el espíritu crítico y adaptarse. Según el Pacto, el objetivo de la educación es el siguiente:

“El desarrollo de la personalidad humana y del sentido de su dignidad”. La educación“debe fortalecer el respeto por los derechos humanos y las libertades fundamentales”. Convienen asimismo en que “la educación debe capacitar a todas las personas para participar efectivamente en una sociedad libre, favorecer la comprensión, la tolerancia y la amistad entre todas las naciones y entre todos los grupos raciales, étnicos o religiosos....".

Aunque se aprobó hace 50 años, este Pacto sigue siendo tan actual que podría haber sido redactado ayer. No obstante, estamos siendo testigos de un aumento del miedo, de la hostilidad y de todo tipo de prejuicios, dirigidos sobre todo a las comunidades migrantes, desfavorecidas y refugiadas. Estos sentimientos son exacerbados por lo políticos que calculan que es más rentable desde el punto de vista electoral apostar por el miedo que por la justicia y la responsabilidad. Planteo una pregunta sencilla, aunque poco diplomática: ¿esta "crisis" de los refugiados se está instrumentalizando con el propósito de erosionar y minar nuestros valores democráticos y la propia democracia en el mundo? Es precisamente en relación con esta situación por lo que debemos volver a leer el Pacto hoy y reflexionar sobre la misión de la educación.

La Internacional de la Educación celebró recientemente una conferencia con objeto de debatir sobre la educación para los refugiados. Este evento excepcional permitió reunir a profesores, a actores de la educación, a responsables políticos y a expertos del ámbito académico. El principal objetivo de la conferencia consistió en analizar de qué manera los sistemas educativos pueden mejorar la ayuda a los refugiados y facilitar su "integración".

Seamos modestos: la educación por sí sola no puede afrontar todos los desafíos, pero ningún desafío podrá resolverse sin ella. La lucha contra las fuerzas oscuras requiere una respuesta política, y los docentes y los sindicatos que los representan deben formar parte de esa necesaria movilización, sin olvidar el papel que deben desempeñar como educadores.

No obstante, esto requiere que se adopte una filosofía de la educación que considere al niño en su dimensión global, que ejerza un pensamiento crítico, y que aborde las cuestiones de la ciudadanía global, la justicia social y los derechos humanos. En el mejor de los casos, este principio será ignorado por aquellos que piensan que nada tiene valor si no puede ser medido. Y tampoco convencerá a aquellos que perciben la educación como una fuente de beneficio para los accionistas en lugar de como una misión vital para la sociedad. En realidad, la educación de calidad forma parte del pegamento que mantiene a la sociedad unida. Y sin ella, especialmente en el mundo actual en constante evolución, nos dispersaremos en todas las direcciones, movidos por poderosas y destructoras fuerzas centrífugas.

Pero no basta únicamente con reivindicar una educación sólida, que incluya una educación cívica, para resolver los problemas generales de la sociedad o hacer respetar los valores que defendemos. También debe resultar beneficiosa y útil para las poblaciones de los países de origen y de acogida. Como afirmaba el docente y filósofo estadounidense, John Dewey, a principios del siglo pasado:

“La mezcla en la escuela de jóvenes de diferentes razas, religiones y costumbres crea para todos un ambiente nuevo y un horizonte más amplio...”.