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Internacional de la educación
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La comunidad docente supera el trauma del tsunami con ayuda de la IE

publicado 1 septiembre 2009 actualizado 1 septiembre 2009

Banda Aceh, Indonesia - Irianti Syabaruddin, profesora y madre de tres hijos, estaba en el supermercado esa fatídica mañana de domingo en la que se produjo el terremoto. El suelo se tambaleó bajo sus pies y las provisiones empezaron a caer con fuerza de las estanterías. Entonces ella sólo podía pensar en llegar a casa con su familia lo antes posible.

Irianti no lo sabía, pero estaba sintiendo las primeras sacudidas de un terremoto submarino de magnitud 9,3, el segundo terremoto más fuerte jamás registrado en un sismógrafo. Con el epicentro sólo a 100 km de la costa oeste de Sumatra, Banda Aceh, la ciudad en la que vivía, estaba directamente en la trayectoria del tsunami que se acercaba y que pronto destruiría su familia y devastaría su comunidad.

En casa, Irianti encontró a su madre, su marido y sus dos hijas en el patio. El barrio pronto empezó a inundarse, por lo que ella insistió en que sus hijas y su madre huyeran con unos vecinos en coche, mientras ella y su marido corrieron hacia un lugar más alto. De repente, la pareja fue separada por la impresionante fuerza del agua.

“Pensé que era el fin del mundo. Pensé que era una señal de Alá, que mi destino era que la ola negra me matara".

Irianti no estaba muerta, sólo inconsciente por el golpe. Cuando volvió en sí estaba agarrada a un trozo de madera. “Las aguas agitaban los escombros formaban un remolino a mi alrededor. La gente me gritaba que tuviera cuidado porque la segunda ola se estaba acercando”. Los científicos encontraron después pruebas de que el tsunami alcanzó una altura de 24 metros cuando llegaba a tierra a lo largo de grandes tramos de la costa de Aceh, alcanzando los 30 metros en algunas zonas del interior. La segunda ola arrastró a Irianti al interior de un garaje, donde las fuertes corrientes la empujaron al fondo del agua. “Me empezó a entrar el pánico, pero entonces recordé lo que había aprendido en clase de psicología en la universidad. Intenté calmarme imaginando que estaba en una habitación tranquila y bonita".

Tras salir a la superficie, pudo encaramarse al tejado de una casa cercana con otras mujeres. Cuando el nivel de las aguas se redujo ellas bajaron, pero Irianti no pudo. Había cadáveres en el agua y mucha gente con graves lesiones. El tiempo pasó e Irianti se dio cuenta de que estaba sola en el tejado, puede que sola en el mundo. Es entonces cuando empezó a gritar. “Estaba gritando por mis hijos y mi marido. No podía parar”.

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Mientras, en el barrio de Gampong Baro, el tsunami había destruido completamente la Escuela Primaria 31. La directora Isjalidar Ishak Ibrahim recordó cómo la ola arrancó la segunda planta del edificio y la dejó medio kilómetro más allá, en otro pueblo. Extrañamente, las puertas se quedaron cerradas y el mobiliario permaneció en el interior, aunque el edificio había sido desgarrado. Todo lo que quedaba del emplazamiento original eran los cimientos. Seis maestros y el conserje murieron, junto con casi todos los 169 niños que habían acudido a la escuela. Unos 2.300 docentes de Aceh y 20.000 alumnos estaban entre el total de 230.000 personas que fallecieron en el tsunami, haciendo de éste uno de los desastres con más víctimas mortales registrados en la historia. Hasta el día de hoy, Isjalidar busca en vano a su marido, que nunca fue encontrado. Su compañera Cutmalakasma también perdió a su marido, así como a sus dos hijos de 11 y 7 años. “Lo recuerdo como si fuera ayer. Nunca lo olvidaré”, dice.

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Muchos profesionales del sector sanitario y cooperantes presentaron grandes traumas psicológicos asociados con el tsunami. Las creencias tradicionales en muchas de las regiones afectadas mantenían que un familiar debía enterrar al fallecido, pero en muchos casos no quedaba ningún cuerpo que enterrar. Hay al menos tres fosas comunes en Aceh. Se cree que algunas contienen los restos de unas 4.000 personas. Aceh en particular es una sociedad islámica conservadora en la que algunos creyeron que el tsunami era un castigo divino. Debido al tsunami, Irianti y su marido, Atqia Abubakar, cayeron en una profunda depresión por la pérdida de su madre y de sus hijas Nadia, de 11 años, y Fitria, de 6. Es más, todas las familias de la comunidad sufrieron una gran conmoción, con pesadillas y fobias.

“Yo pensaba constantemente: `¿Y si…?` Me sentía culpable por sobrevivir y me culpaba a mí misma”, dijo Irianti. “Algunos estaban enfadados con Dios. Pero tras un par de semanas me dí cuenta de que mi destino era sobrevivir".

Psicóloga de formación, Irianti pensó que les debía a sus hijas transformar su sufrimiento en un medio de ayudar a otros. Participó en el curso de asistencia postraumática de la IE y el sindicato japonés JTU y se convirtió en una líder respetada del programa. “Pueden imaginar que si no hubiera habido ayuda de países extranjeros… la recuperación del trauma psicológico y mental de la gente habría sido mucho, mucho más lenta”.

Irianti y su marido Atqia empezaron a visitar las ciudades campamento y los campos de refugiados, para hablar con las víctimas, expresarles su dolor y apoyarse los unos en los otros. Trabajaron con mujeres de una comunidad llamada Lamnga para crear una obra de teatro acerca de sus experiencias que después interpretaron en Aceh e incluso en un lugar tan lejano como Yakarta.

John Brownlee, de la ONG Mercy Corps, escribió: “A través de este proceso de teatro comunitario, he presenciado la transformación de las mujeres de Lamnga en poderosas agentes de un cambio positivo en su comunidad. Su perseverancia y dedicación ante una pérdida personal insufrible es testimonio del espíritu humano y una inspiración para todos nosotros".

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En las semanas siguientes al tsunami, la directora Isjalidar oyó un rumor de que el gobierno estaba intentando recuperar el lugar donde su escuela estuvo en su día. Con la determinación de que el aprendizaje continuaría allí un día a pesar de las pérdidas, fue y plantó un letrero que decía: “Prohibido pasar. Aquí está nuestra escuela”.

Y es más, gracias a IE, una nueva escuela fue construida en ese mismo lugar. Tiene unas cálidas paredes amarillas con rebordes de color melocotón, seis aulas, una biblioteca, un aula multiuso con 16 ordenadores, una sala de oración, el despacho de la directora y oficinas para el personal. “La escuela está completa. Todo lo que tenemos que hacer es entrar y dar clases”, dice Isjalidar.

Ella participó en el programa de dirección escolar de la IE ofrecido por el sindicato australiano AUE, y evidentemente ha aprendido bien sus lecciones. Su escuela está entre las mejor dirigidas y de más alto rendimiento de todas las escuelas de la IE, según afirma el coordinador del proyecto Jerome Fernández.

Su compañera y maestra Cutmalakasma dice que la asistencia postraumática que recibió a través de la IE le ayudó personalmente a afrontar la pérdida de su familia y le permitió apoyar mejor a sus alumnos, especialmente a los huérfanos. “Les enseñé formas de recordar el tsunami, formas de estudiarlo. Los niños estaban muy asustados y acudían a nosotros los maestros en busca de consuelo".

En la actualidad, los alumnos reciben formación sobre terremotos y aprenden cosas sobre los tsunamis, pero su escuela parece un lugar feliz, un lugar animado donde los niños ríen y juegan aliviados de los terribles recuerdos. Algunos niños reciben becas de la IE para sufragar los costes del material escolar, uniformes y otras necesidades.

Dos de las bailarinas de la ceremonia de clausura del proyecto de la IE habían recibido dichas becas. Faadhilah, de 11 años, quiere ser profesora o médica cuando sea mayor. Es feliz en la escuela porque allí tiene muchos amigos. Le gusta jugar en el patio, leer en la biblioteca y utilizar la sala de ordenadores. “¡Cuando vaya a la universidad ya sabré usar el ordenador!”

Zurrahmah, de 12 años, dice que le gusta mucho su escuela porque el edificio es precioso y los profesores son muy buenos. “Nuestros profesores se preocupan por nosotros y siempre responden muy bien a nuestras preguntas”. Zurrahmah quiere ser banquera cuando sea mayor porque dice que “la gente honesta se debería dedicar a la banca”.

Fernández dice que son precisamente estos comentarios los que hacen que su día valga la pena. “Es una cruzada sacar a la luz la excelencia en los niños… La prueba de nuestro éxito es cuando vas a una escuela y ves las caras sonrientes de los niños, la alegría de aprender; no se puede expresar esto en palabras o medirlo con dinero”.

Por Nancy Knickerbocker.

Este articulo fue publicado en Mundos de la Educación, No. 31, septiembre 2009.