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Mundos de la Educación

Los derechos humanos empiezan en lugares pequeños, cercanos a casa

publicado 10 diciembre 2023 actualizado 15 diciembre 2023
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El Día Internacional de los Derechos Humanos conmemora la adopción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948, hace 75 años. La Declaración refleja las máximas aspiraciones de la humanidad. El hecho de que en muchas ocasiones se haga caso omiso de los derechos no invalida la Declaración. Esta sigue siendo la norma para nuestra evolución y nuestro progreso, así como un referente para evaluar nuestros fracasos.

Los derechos de la Declaración no dependen del origen nacional, el género, la casta, la religión, la raza o la orientación sexual de cada persona. Para ejercerlos, el único requisito es la condición de ser humano.

Llevar la Declaración más allá de las palabras depende de la fortaleza de las instituciones y de las prácticas democráticas. Los tribunales han de ser independientes; los cargos electos deben responder ante todas las personas, no solo ante unas pocas; y la libertad sindical debe respetarse para que la sociedad civil pueda enriquecer la democracia. Y eso incluye partidos políticos y sindicatos independientes.

Los sindicatos libres son únicos. Son las organizaciones más representativas en todos los países donde se les permite existir. Son instituciones de la democracia, escuelas para la democracia. Son interlocutores sociales en sectores, empresas y servicios públicos. Tienen una base muy diversa que está integrada en las comunidades.

Además, el profesorado y demás personal de la educación contribuyen a garantizar la democracia mediante la preparación de futuras generaciones con pensamiento crítico, y ciudadanías activas e informadas. A menudo, las personas docentes también están en posiciones de liderazgo y cuentan con el respeto de sus comunidades.

Una buena gobernanza y unas buenas instituciones democráticas son vitales, pero el respeto de los derechos humanos también se determina a escala local. Eleanor Roosevelt presidió el Comité de Redacción de la Declaración Universal. En la ONU, el 27 de marzo de 1948, Roosevelt describió el significado y la condición de los derechos humanos de la siguiente manera:

"En definitiva, ¿dónde empiezan los derechos humanos universales? Pues en lugares pequeños, cerca de casa; en lugares tan próximos y tan pequeños que no aparecen en ningún mapa. Y, sin embargo, son los lugares que conforman el mundo de una persona: su vecindario, la escuela en la que estudia; la granja, la fábrica o la oficina en la que trabaja. Esos son los lugares en los que cada hombre, mujer y niño busca una justicia equitativa, igualdad de oportunidades, una dignidad equitativa, sin discriminación. Si estos derechos no significan nada en esos lugares, tampoco significan nada en ninguna otra parte. Sin una acción ciudadana decidida para defender estos derechos en su entorno cercano, será inútil buscar progresos en el resto del mundo".

La democracia está en peligro

En 1948, las Naciones Unidas contaban con 58 miembros. Cuarenta y ocho votaron a favor de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, ninguno votó en contra: ocho se abstuvieron y dos no votaron. A pesar de la reciente derrota del fascismo, o quizás debido a ella, pocos alegaron que la Declaración constituyera una injerencia en sus asuntos internos, o que la prosperidad fuera una condición indispensable para el ejercicio de los derechos humanos.

La situación ha cambiado. La democracia y los derechos humanos que la acompañan corren actualmente más peligro que en ningún otro momento de este siglo. No sólo se ha agrandado el club de los dictadores, sino que la población de algunas democracias consolidadas, y antaño estables, vive sometida a la violencia o atemorizada por amenazas e intimidación en sus parlamentos y en sus vecindarios. Hay incluso líderes de extrema derecha que no reconocen los resultados de las elecciones a menos que las ganen; si pierden, alegan fraude y amenazan con una insurrección.

Durante el desarrollo del fascismo en el siglo XX, países como Alemania, Italia y España pasaron de la democracia, aunque imperfecta, a la dictadura. Este cambio no comenzó con violencia y represión por parte del Estado, sino con una propaganda eficaz y generalizada.

En el libro “Souvenirs d'une ambassade à Berlin 1931-1938”, de André François-Poncets, embajador francés en Alemania, se explica cómo Hitler utilizó la propaganda para manipular a la opinión pública. Esa propaganda provocó a menudo violencia y llevó a sindicatos y otras instituciones a ser capturados por los nazis. François-Poncets escribió:

“El partido actúa mediante el alcance y la fuerza de su propaganda. No hay nada que no pueda conseguirse mediante un uso acertado de la propaganda. Se podría persuadir al pueblo, decía Hitler, ‘de que el cielo es el infierno y el infierno es el cielo’. Sólo hay que saber utilizarla. La buena propaganda popular es la que apela no tanto al intelecto como al corazón, a la imaginación, y la que impele la fe hasta rayar el fanatismo, y el fanatismo hasta rayar la histeria; porque la histeria es sumamente contagiosa”.

Actualmente, la desinformación y la información falsa recuerdan a la propaganda de aquella época. Sin embargo, los modernos sistemas de difusión de un discurso transformado en arma –como son en gran medida las redes sociales– son instantáneos. Las mentiras se implantan con tanta rapidez que son difíciles de corregir. Determinan inmediatamente el debate, tanto en las peluquerías como en los parlamentos.

Defender la democracia

La preocupación por la extrema derecha no exime a los partidos dominantes de haber consentido a las élites adineradas, protegido el capital, aumentado los privilegios y fomentado el cinismo público. Han preparado el terreno para el extremismo.

Sin embargo, la extrema derecha "populista" dirige la indignación pública contra las personas poderosas hacia quienes están en la impotencia. La experiencia nos enseña que cuando la extrema derecha se hace con el poder, las élites ricas son las que ganan.

Podemos verlo con las empresas de combustibles fósiles. Pocas pueden ser más poderosas, más arrogantes o más desagradables que esas monstruosas empresas. Sin embargo, en lugar de luchar contra ellas, la extrema derecha inventa mitos y teorías de conspiración sobre el calentamiento global y las protege.

Los derechos humanos son mucho más que unas elecciones. Como argumentó la Sra. Roosevelt, el campo de batalla es enorme. Para actuar o reaccionar con eficacia, las personas sindicalistas y docentes no pueden encerrarse en un espacio limitado. Los límites de la acción no pueden venir determinados por agendas ajenas.

Algunas de nuestras limitaciones proceden del dogma moderno y de su repercusión en nuestro razonamiento. Por ejemplo, nos preocupa la privatización de los servicios públicos, pero su manifestación más peligrosa quizás sea la privatización de nuestra mente. Si nos hacemos una idea más completa que la que nos permite la locura del mercado, la lucha por salvar y restablecer la democracia, por desarrollar sindicatos más fuertes, por reducir el estrés, por apreciar el valor de la diversidad, por garantizar el respeto, el reconocimiento y la dignidad, por abrazar la cultura, intercambiar opiniones con calma y civismo, y por devolver a los y las estudiantes la alegría de aprender, forman todas ellas parte de la misma batalla.

Si somos capaces de percibirnos como ciudadanos y ciudadanas, como seres humanos, y no como simples consumidores y consumidoras que toman decisiones individuales, podremos cambiar el sistema. Desde luego que el cambio no va a provenir de la prolongación de un individualismo extremo.

Uno de los puntos débiles de la extrema derecha es que depende de individuos e individuas que se sienten en comunidad detrás de una pantalla, y que se conectan con otras a través del odio compartido.

Pero la democracia es, por su propia naturaleza, colectiva. No puede surgir de individuos e individuas en aislamiento.

Quienes militan y lideran en los sindicatos, en cambio, tratan a diario con personas. El liderazgo ha aprendido a transigir, a discutir con respeto y a encontrar soluciones. La democracia no es una abstracción. Es su trabajo diario. Eso también significa que están cuentan con las herramientas para formar alianzas y unirse a ellas.

Nuestras sociedades no pueden sostenerse si el público está dividido, por una parte, en personas que están de acuerdo en todo y, por otra, en su oposición.

Discutir solía ser útil, pero también divertido. Y lo sigue siendo en muchos sitios. Pero nunca debería existir la preocupación de que la respuesta a sus argumentos pueda adoptar la forma de una amenaza de muerte en mitad de la noche.

La paz en nuestras sociedades y entre países depende de nuestra capacidad para solucionar las cosas; para resolver los conflictos y avanzar.

La fuerza de nuestro movimiento sindical tiene raíces profundas. No se basa en fantasías, sino en la vida y los sueños de sindicalistas en sus lugares de trabajo y en sus comunidades. Eso debería darnos la confianza y la energía necesarias para liderar el camino hacia un mundo mejor y más justo.

Las opiniones expresadas en este blog pertenecen al autor y no reflejan necesariamente ninguna política o posición oficial de la Internacional de la Educación.