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Mundos de la Educación

Empoderar al profesorado en la era de la IA: ¿Y ahora qué?

Parte 1 de 3

publicado 3 enero 2024 actualizado 8 enero 2024
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Ha pasado más de un año desde la presentación pública de ChatGPT, que supuso el desembarco a gran escala de la inteligencia artificial (IA) en la educación. Su llegada se ha gestado y desarrollado tras una pandemia con la que seguimos lidiando, intentando entender la huella perdurable que ha dejado en nuestros sistemas educativos, en las aulas, en los entornos de aprendizaje y, lo que es más importante, en el alumnado.

No hay duda de que estamos en el ojo del huracán.

Ahora que nos adentramos en 2024, la IA ha dejado de ser el proverbial elefante que nos negamos a ver en las clases, las salas de profesorado, las escuelas, los departamentos y las comunidades para convertirse en una faceta destacada e ineluctable de la educación. Nos encontramos ante una encrucijada que nos apremia a reflexionar en varios frentes: la urgencia de encontrar soluciones y el imperativo de encuadrarlas en un marco firmemente arraigado en los principios fundamentales de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Eso me ha llevado a meditar sobre posibles escenarios, a leer, a experimentar y a probar, debatiéndome entre la preocupación y el entusiasmo. En mi fuero interno, siento un intenso torbellino que refleja la realidad externa de ser docente y trabajar en el aula en este momento.

Las implicaciones de este avance tecnológico no solo afectan al profesorado, sino también al alumnado, el personal administrativo y las familias.

Se nos presenta una elección crucial: afrontar sin ambages este panorama cambiante o arriesgarnos a perder el rumbo, cambiando de dirección sobre la marcha. En este proceso, aspiramos a encarnar lo que deseamos para nuestro alumnado: la capacidad de aprender durante toda la vida.

Y ahora qué

En medio de la polarización reinante, las perspectivas equilibradas que tienen en cuenta tanto los aspectos positivos como los negativos son la excepción. Las opiniones sobre la IA, que incluye aplicaciones como ChatGPT, varían enormemente. Algunas la ensalzan como la herramienta pedagógica definitiva; otras vislumbran futuros apocalípticos. La integración de la IA en la educación, que conjuga beneficios como la mejora de la planificación, el aprendizaje personalizado y la eficiencia administrativa con retos como la existencia de sesgos, los problemas de confidencialidad y el cambio de funciones profesionales, provoca encendidas emociones en la comunidad docente debido a sus múltiples y complejas repercusiones en las aulas, las escuelas y la pedagogía. Está creando un entorno que obliga a enfrentarse al cambio, lo acojamos de buen grado o no.

La educación siempre ha convivido con esta paradoja, con el choque entre la mutabilidad permanente y nuestra anhelada percepción de estabilidad. Ahora la IA ha multiplicado las novedades hasta límites insospechados, haciendo que cualquier sensación de continuidad parezca vana, en especial en la educación secundaria y terciaria. El personal docente se ve bregando con las rápidas evoluciones en la educación, presa de cierta sensación de incompetencia cuando prueba a integrar alguna aplicación de IA o experimentando la frustración de quedarse atrás por no intentarlo.

Esta transformación forzosa impone una profunda reflexión. Se nos presenta una elección crucial: afrontar sin ambages este panorama cambiante o arriesgarnos a perder el rumbo, cambiando de dirección sobre la marcha. En este proceso, aspiramos a encarnar lo que deseamos para nuestro alumnado: la capacidad de aprender durante toda la vida.

Es hora de pasar a la acción for action

Tanto en casa como en clase uso a menudo la expresión francesa "grouille ou rouille", que se traduciría por "moverse u oxidarse". Debemos seguir avanzando, asumir voluntariamente nuestros propios retos de aprendizaje y anticiparnos para evitar que la estabilidad se derive de la complacencia. No se trata de implantar el cambio por el cambio en nuestra práctica y en las aulas. El objetivo es hacernos la vida más fácil, ser más eficientes para poder concentrarnos en lo importante y en entender cómo se produce el aprendizaje a través de nuestra humanidad colectiva.

Asistimos a un acalorado debate sobre lo que debería y lo que no debería formar parte de la trayectoria educativa del alumnado. En ocasiones, en determinadas circunstancias o regiones, esa controversia ha dado paso a la beligerancia y se ha enmarañado con creencias, valores, cuestiones políticas, económicas, religiosas o culturales. El fundamento de esa discusión gira en torno a la función de la educación: ¿se centra exclusivamente en el plan de estudios y las cuestiones académicas o la meta es una educación integral que abarque, entre otros, contenidos académicos, inteligencia emocional, habilidades sociales, bienestar, ciudadanía, competencias o habilidades para la vida? Obviamente, esta pregunta es una simplificación y las cosas nunca son tan sencillas. Pero, en esencia, esta disyuntiva explica por qué muchas personas temen la presencia de la IA en la educación y las reticencias a usarla, especialmente en el aula.

En ciertos casos, la IA se ha presentado como una forma de tutela personalizada para el alumnado, lo que supuestamente permitiría lograr la esquiva ratio de 1 a 1 en la enseñanza. Sin embargo, las tendencias actuales se centran en tareas curriculares y académicas específicas y, en muchos casos, pueden explicar el paso a paso extremadamente bien. Lo que a la IA se le escapa es la intrincada interconexión de todas las facetas de una educación integral. Pasa por alto la función vital que el profesorado profesional desempeña en la gestión de las dimensiones más amplias del aprendizaje de cada estudiante, pero puede ser una ayuda extraordinaria si se usa correctamente y dentro del proceso de enseñanza. La actual erosión del contrato social en los sistemas democráticos suscita una honda preocupación ante la posibilidad de que las prisas por implantar la ratio de 1 a 1 mediante IA en todos los niveles educativos conduzca a la privatización de la educación y a poner los beneficios por delante del bienestar global del alumnado.

Siento un gran respeto por Chris Dede, investigador sénior de la Harvard Graduate School of Education especializado en historia de las tecnologías de la educación, e intento leer todas sus reflexiones sobre la IA en la educación. A pesar de ello, disiento humildemente de esta afirmación que incluyó en un reciente artículo publicado en TIME: "La IA generativa no es, en mi opinión, ningún avance revolucionario que vaya a transformar la educación". No se trata de un problema aislado que podamos resolver tratando solo los síntomas; es comparable a un cáncer en estadio 4 que se ha extendido por todo el organismo. Dicho lo cual, estoy de acuerdo con la argumentación que hizo en el podcast Edcast: Educating in a World of Artificial Intelligence, según la cual "la clave con la IA es cambiar la forma en que educamos a la gente, porque enseñar a las personas aquello que la IA hace bien es lo mismo que prepararlas para perder frente a ella. Pero, si las formamos en aquello que la inteligencia artificial no puede hacer, lo que conseguimos es una inteligencia aumentada".

Tenemos que reformular por completo nuestro enfoque, lo que requiere cooperación intersectorial y la implicación de todo el espectro educativo, no solo del personal académico y de quienes toman decisiones y diseñan políticas. Ya existen iniciativas aglutinadoras como TeachAI, que reúne a múltiples organizaciones educativas destacadas del sector público y el privado. Entre sus labores se cuenta la elaboración de informes y directrices para el uso de la IA en la educación. Lo que me preocupa es que estas colaboraciones diluyan la voz del profesorado y de los equipos directivos escolares, que son quienes tienen la información más actualizada y quienes mejor saben cómo está influyendo en su didáctica, sus clases y su alumnado.

Los organismos y los marcos internacionales, como el Grupo de Alto Nivel sobre la Profesión Docente de las Naciones Unidas o la Brújula del Aprendizaje 2030 de la OCDE, también deben prestarle atención a la integración completa de la IA en la educación en todas sus dimensiones. De lo contrario, podrían quedar desfasados en poco tiempo. Es el mismo dilema al que se enfrentan nuestros órganos de decisión, equipos administrativos y docentes, alumnado y familias. Cómo abordar esta situación colectivamente para empoderarnos, en lugar de convertirnos en una comunidad sobrepasada y anticuada. A menudo se compara el trabajo docente con pilotar un avión e intentar arreglarlo al mismo tiempo. Ahora no estamos a bordo de un avión sino de un cohete, explorando territorios desconocidos plagados de tormentas internas y externas.

Lo que sabemos

En esta vorágine, la pregunta que deberíamos plantear es cómo podemos asegurarnos de que la inestimable función del profesorado profesional, con su sutil comprensión de la educación integral, no queda ensombrecida por el cambio, sino que salga reforzada.

Para encontrar cierto sentido de estabilidad, estos son algunos elementos que considero ciertos en estos momentos:

  1. Nadie —absolutamente nadie— dispone de una visión global sobre cómo moverse en este panorama educativo. La investigación y los ejemplos disponibles suelen centrarse en aspectos aislados del aprendizaje, la gestión o la evaluación. Nos limitamos a hacer suposiciones y a intentar estar a la altura.
  2. El concepto de aprendizaje durante toda la vida, que transforma al profesorado en estudiantes permanentes, ya no es una opción, sino una realidad inevitable.
  3. La ética de la IA debe ser la punta de lanza de esta ola de integración, sobre todo en la esfera educativa. Y es extremadamente difícil porque intentamos hacerlo en tiempo real.
  4. La IA se ha convertido en un elemento permanente de la educación y requiere parámetros bien definidos que configurarán prácticamente todas sus dimensiones, como la enseñanza, la evaluación del aprendizaje, la pedagogía y la formación del profesorado.
  5. Todas las corrientes principales de estudios educativos afirman que la IA no sustituirá al personal docente, pero apuntan a la posibilidad de que el profesorado que no use la IA para mejorar su práctica se quede atrás.
  6. El debate permanente sobre qué enseñar y qué no es más esencial que nunca. Es primordial definir documentos fundacionales e innegociables de referencia y determinar el camino a seguir, siempre en el marco de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y poniendo al alumnado y al profesorado en el centro.
  7. El modelo de formación previa al empleo y de desarrollo profesional del profesorado no satisface las demandas de nuestra realidad, sin financiación y asignación de recursos para investigación y desarrollo; además, habrá que reestructurar los sistemas formativos vigentes para adecuarlos a las nuevas necesidades y habilidades profesionales.
  8. El empoderamiento y la autonomía docente, unidas a las estructuras de comunicación no jerárquicas dentro de nuestro sistema educativo, son más importantes que nunca. No podemos permitirnos constantes cuellos de botella; se precisan decisiones en tiempo real. Eso implica la urgente necesidad de contar con el documento de directrices con los principios fundamentales mencionado anteriormente.

La madurez del discurso educativo y el reconocimiento de la importancia del contexto para aplicar las pretendidas "buenas prácticas" hacen necesario aprovechar el contexto actual. Además, hay que tener presente que el bienestar, el aprendizaje y la autonomía del alumnado y el profesorado deben ser el núcleo de los avances en la educación, que irán acompañados de la permanente actualización de las prácticas docentes en un mundo que no deja de cambiar.

En el segundo artículo de esta serie de tres, expongo la vulnerabilidad que sentí al enfrentarme a estas preguntas existenciales y reviso posibles soluciones para integrar la IA en las aulas y escuelas. Esta ola transformadora está pasando por encima de todos los aspectos de la educación, ya sea provocando caos y desgracias o abriendo nuevas rutas de exploración. La voluntad de implicarse es fundamental; cambiará nuestra forma de educar.

Las opiniones expresadas en este blog pertenecen al autor y no reflejan necesariamente ninguna política o posición oficial de la Internacional de la Educación.